REAPRENDER el camino en contemplación sinodal de la esperanza, el amor y la paz de la Navidad
Aún está vivo el fuego sinodal que vivimos en Roma con el Papa Francisco, una experiencia inolvidable y maravillosa, que marcará un antes y después para la Iglesia amazónica y universal, donde, como el Papa decía, aprendimos a caminar juntos en la misma dirección, escuchando y discerniendo en el Espíritu, que con fuerza aletea guiando la barca de Pedro por aguas más profundas hacia la paz y el amor de todos los pueblos, haciendo una Iglesia en salida y misionera, eso es sinodalidad.
Ahora se aproxima la Navidad con un adviento de esperanza, sembrado de un sabor misionero que siempre tiene olor añejo como la Navidad, y siempre nuevo como el adviento, con nuevos sueños y proyectos, nuevo es el tiempo del calendario que hoja tras hoja irán cayendo del árbol de la vida, semillas llenas de ilusión infantil que encierran la pasión juvenil y que se abren en generosa entrega adulta, como madre de ternura y humanidad que abre sus brazos para acogernos a todos. El amor de Dios siempre es novedoso, siempre viejo y siempre nuevo, como diría S. Agustín comparando a Dios con la hermosura “que tarde te amé y te encontré, hermosura tan antigua y siempre nueva, yo te buscaba por fuera y tu estabas dentro de mí”.
Emprendamos este camino hacia la Navidad profunda, que nos revela el amor genuino y la paz duradera. Lo más valioso está escondido y hay que descubrirlo.
1.- Profundicemos en la realidad de nuestro mundo que nos circunda:
Pensamos que el mundo de hoy vive en una sociedad líquida como decía el filósofo Bauman, adopta la forma como el agua en el recipiente que le dan, se acomoda sin resistencia y sin consistencia, el problema del mundo de hoy es preocupante, no es superficial, el problema es existencial, hay que profundizar la visión interior para ver que al mundo le falta descubrir quién es, de dónde viene y a dónde va, pareciera que le falta rumbo, brújula que le marque el norte para navegar a buen puerto, es un mundo líquido sin personalidad definida. Hablamos mucho de amor, pero no sabemos amar, hablamos mucho de paz, pero no sabemos construirla. El adviento y la Navidad es una escuela donde podemos aprender la manera de conseguir a vivir la esperanza el amor y la paz.
2.- Hablamos mucho de esperanza pero no sabemos esperar:
El #Adviento nos pide saber esperar y tener esperanza. El hombre de hoy día está sometido a una ansiedad que no le permite saber esperar, el estrés en que vive, la velocidad de los cambios, las redes digitales, lo que era nuevo ayer, hoy ya pasó, pareciera que nada tiene que decirnos el ayer al hoy, la hiperactividad, la agitación interior y exterior se hace presente, los suicidios se multiplican,¿cómo curar y frenar esta velocidad un tanto alocada que se vuelve perjudicial para la salud del alma y del cuerpo y nos hace perder la calma?
La esperanza tiene mucho que ver con el saber contemplar. Contemplar es más que solo mirar, debemos detener nuestra mirada y volverla contemplativa para aprender a ver y escuchar que es más que oír, las prisas no son buenas y sin embargo, pareciera que no nos queremos detener, corremos de aquí para allá siempre con prisa, lo que no nos permite contemplar y escuchar. Cuando contemplamos la belleza de una flor, la montaña de nieve perpetua, el agua de una cascada, un río cristalino que corre; son escenas que nos invitan a detenernos, ello nos serena, nos pacifica, nos da esperanza.
Es la gran lección que desde siglos trata de enseñarnos Dios, en el fondo del corazón humano todos tenemos sembrado ese sentimiento y capacidad para esperar, que quizá no hemos desarrollado, esperan la mamá y el papá el nacimiento de un hijo por nacer, espera el enfermo sanar de su enfermedad, espera el agricultor que germine la semilla, pero hoy día pareciera que estamos perdiendo esta sabiduría de esperar con alegría
El adviento nos da la oportunidad de recuperar la esperanza, la Naturaleza es la gran maestra para aprender, contemplando la belleza de una primavera o de un otoño.
El Sínodo amazónico que acabamos de celebrar nos invita a contemplar la casa común que hemos de cuidar, escuchar al profeta del adviento que nos habla: “Estoy haciendo algo nuevo, ya está brotando ¿no lo notáis? (Is.43,19)
Cuántos Isaías necesitamos hoy para predicar con el ejemplo positivo, y decir que no se puede vivir sin esperanza y Dios llega en la Navidad cumpliendo la promesa de la esperanza de su pueblo, porque Dios no defrauda y hace nuevas todas las cosas, por ello, unida a la esperanza nace la fe. Como ejemplo, María de la Esperanza, escucha al ángel de Dios que le anuncia será madre del Salvador, María cree en su palabra y sabrá esperar que se haga realidad el deseo de Dios “hágase en mí, según tu palabra” (Lc.1,38)
Aprende a esperar contemplando el actuar de Dios en la belleza de lo que Él creó y prometió.
3.- Hablamos del amor, pero nos falta saber amar.
Caminar juntos en una misma dirección nos lleva a crear fraternidad, eso es sinodalidad.
El amor nos enseña que hay que dar el primer paso sin esperar a que te lo pidan, ejemplo de ello, para aprender amar, tenemos en el anticipo de la Navidad, la escena de la visitación de María a su prima Isabel, nos da ejemplo de una Iglesia en salida, una Iglesia misionera, el sínodo nos lo recuerda (nº21) es el que anuncia con alegría la buena noticia del que está por llegar trayendo la alegría plena (Lc.1,39-46)
El sínodo nos pide en su conversión pastoral, ser una Iglesia samaritana, misericordiosa y solidaria (nº22) La Navidad es un desbordamiento del amor de Dios en su Hijo Jesús, “tanto amó Dios al mundo que nos dio a su hijo único» (Jn.3,14) no hay mayor amor del que podamos aprender más, sino de este Dios encarnado por amor. Nada de teorías, “obras son amores y no buenas razones” dice Sta. Teresa, sobran las palabras cuando hablan los hechos. En la Navidad celebramos el amor de Dios hecho hombre, a quien podemos contemplar en ese niño de Belén nacido en la noche del silencio, del misterio y de la pobreza, «se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» ( 2Co.8,9)
El cristiano no puede mirar hacia otro lado ante el hermano caído y apaleado en el camino de esta vida. El amor es caridad samaritana con el prójimo, no palabras bonitas sino compromiso de vida. Aprende amar como Dios te ama, sin reservas, hasta dar la vida por ti, contempla ese amor divino en la cueva de Belén, ha nacido el Amor con mayúscula y asume tu naturaleza humana y la entregará un día en la cruz para demostrarte su amor.
4.-Hablamos de la paz pero no sabemos construirla:
El mundo debe aprender que el amor es el camino que nos lleva a la Paz fruto de la justicia, Jesús ayer lloró mirando a su ciudad, Jerusalén, a la que dice “Ojalá reconocieras lo que conduce a la paz, pero está oculto a tus ojos” (Lc.19,42) hoy también pareciera decirnos lo mismo.
Cuando nuestro continente de América hoy, se levanta pidiendo la justicia a través de protestas violentas que terminan en hermanos que mueren, eso es demostrar que nos sabemos el camino que lleva a la paz, todos queremos la paz pero nos falta aprender cómo construirla, la paz comienza en el corazón, si tu corazón está lleno de ambición y codicia, de odio o envidia, de ansias de poder y falta de humildad no podrás conseguir la paz deja oír en lo profundo la voz del Espíritu. El sínodo dice: “La Amazonia hoy es una hermosura herida y deformada un lugar de dolor y violencia, amenazada en su vida (nº10) Cuando no se respetan los derechos de sus pueblos ni se protege la naturaleza herida donde viven».
Sin justicia no hay paz, sin paz no hay armonía y la armonía y la paz necesitan el diálogo de la escucha y la verdad. En Navidad nace el príncipe que trae la paz, «consolidará su reino con la justicia y el derecho”. (Is.9,5-6).»No teman. Les anuncio una buena noticia, hoy les ha nacido el Salvador» (Lc.2,10)
Nos olvidamos que el camino para llegar a la paz sin violencia exige una conversión profunda por caminos de escucha y de diálogo, de respeto e igualdad, también de una postura profética de denuncia del mal, recordemos a los cristianos mártires por defender la vida y la justicia de los pueblos marginados y excluidos en la Amazonia. (Sínodo. nº 16; 45-46).
La paz es un valor del Reino de Dios, costoso e irrenunciable que necesita todo pueblo para progresar, un don frágil que no sabemos cuidar ni valorar hasta que no le perdemos, en la Navidad lo anunciaron los ángeles como deseo de Dios: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad” (Lc.2,14) ayudemos a cumplir este deseo divino.
Aprendamos a ser hombres y mensajeros de paz, somos enviados a llevar paz. Cuando entren en una casa vayan y digan, «Paz a esta casa» ( Lc.10,5)
Esta Navidad reemprendemos el camino sinodal, que el Niño Dios nos enseñe a saber esperar, desde el amor del corazón más que con los labios, a construir la paz entre los pueblos que se reconocen como hermanos de un mismo Padre Dios, a practicar el amor enseñado en la Navidad por el niño nacido en Belén.
Son los deseos de esta Iglesia Misionera del Vicariato de Puyo, una Navidad llena de esperanza, amor y paz al ritmo misionero y sinodal.