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DESDE EL MONASTERIO: SOÑAR CON DIOS

julio 12, 2021

De nuevo volví al monasterio, desde mi misión en la selva a la montaña de la Sierra ecuatoriana, donde se encuentra un monasterio a casi 3000 metros sobre el nivel del mar, quizá uno de los monasterios situados más altos de nuestro planeta.Su nombre: Santa María del Paraíso, el nombre ya nos invita a soñar, un paraíso diferente al que nos podemos imaginar cuando uno se deja llevar de la monotonía, del activismo y del ruido en las turbulencias del mundo en la ciudad.

Uno llega a este paraíso, buscando en las alturas la paz del corazón, sosiego para el alma que canta la oración en la salmodia del coro de este monasterio. En el aire frío de la altura y en el sol que sale entre los árboles, nos abrigamos con el poncho negro monacal imitando al habito del monje, y vuelvo a pedir a Dios en el silencio, que me ayude a saber soñar, soñar con su amor de misericordia, donde los sueños se hacen realidad, vine al paraíso de este monasterio, en él puedes encontrar el perdón de Dios para recuperar lo que en el primer paraíso se perdió. Recibir la paz y el amor de un Dios de misericordia.

La sabiduría brota más del corazón que de la razón. ¿Cómo entender la misericordia divina? Algo que desborda siempre de un corazón materno como el de aquel Padre Dios que siempre aguarda y sale para abrazar a su hijo que llega de lejos para recibir la caricia divina con un desborde de amor gratuito y misericordioso como es su perdón.

Solo el amor divino llega hasta el extremo de dar la vida para muriendo, resucitar cantando. El amor del Señor dura por siempre, dura por siempre. Así lo cantamos en el salmo 107.

Nuestra vida pareciera que se acorta más deprisa con el pasar de los años, y nuestros sueños e ilusiones no contarán con el tiempo suficiente para hacerlo realidad.

A veces el cansancio de la vida, la merma de las fuerzas físicas y la vejez que avanza con el paso de los años, si bien se desgasta la naturaleza humana y uno siente la nostalgia de la fuerza de la juventud, mas la experiencia de la vida vivida, acumula una visión diferente, una realidad iluminada por la fe y la esperanza que sobrepasa la razón para continuar soñando, haciendo que los sueños no se detengan, incluso si uno mismo no les alcanzara a ver realizados, otros puedan continuarlos y terminarlos, por ello la inspiración divina y la ilusión humana nunca deben morir, porque tienen su origen en Dios eterno.

Hay proyectos humanos que empezaron y quizá no terminaron por múltiples razones, faltó perseverancia, hubo incomprensión, diferencias en la manera de pensar, cansancio o desilusión, mas los sueños de Dios son proyectos que siempre se realizan cuando el Espíritu Santo es el que guía y nosotros le seguimos, cuando actúa en nuestro pensamiento y su amor mueve nuestra voluntad, cuando es el servir y no el buscar ser servido lo que buscamos, solo entonces, los sueños se convertirán en realidad.

Es necesario soñar, pero con el Espíritu de Dios, nuestro mundo necesita soñar los sueños de Dios. El futuro no está en nosotros sino en Dios, mas nosotros viviendo el presente, estamos construyendo el futuro. Invitamos a soñar con Dios, compartamos todos nuestros sueños unidos a los sueños de Dios.

En un monasterio ¿qué sueña un monje? El silencio habla y su oración se eleva a Dios, saber contemplar y escuchar nos enseña a descubrir los sueños de Dios.

Que sueñen los niños, sus sueños limpios y puros, que sueñen los jóvenes, sueños nobles e ideales, sueñen juntos los hijos con los padres, que sigan soñando los ancianos, sueños sabios y prudentes.

Soñemos todos juntos como pueblo, una herencia de paz y verdad, de amor y justicia, y como dice la canción: ”habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad”, hoy decimos, seamos todos juntos Iglesia sinodal, no nos dejemos robar los sueños.

Que juntos construyamos con gozo y con dolor, caminos de su Reino y al fin recibir la corona que no se marchita, soñemos tierra nueva y cielos nuevos, el sueño de los sueños que el Padre designó, que el Hijo realizó y el Espíritu Santo renovador nos regala como don.

Desde el monasterio con amor.