ESCRITO POR: MONS. RAFAEL COB, OBISPO DEL VICARIATO APOSTÓLICO DE PUYO
Este Sínodo es el KAIROS para la Amazonia, el tiempo oportuno para valorar la vida, para escuchar la orquesta sinfónica de la naturaleza que canta cada día, tiempo para practicar la caridad, para buscar la salud, curar la enfermedad, tiempo para purificar la vida en la cascada de la montaña y en la corriente de los ríos, para sentir la fuerza de la lluvia tropical y la caricia de las flores exóticas. Es el momento para alzar la vista en el horizonte y ver desde la altura el mar verde, en los árboles frondosos de la selva, es momento de abrir el oído y escuchar el canto de los pájaros, el murmullo de las aguas y la voz del viento. Es hora de saber que todos podemos cantar a la vida y decir: LAUDATO SI
Este Sínodo es el tiempo para no perder el tren de la vida que despierta la solidaridad y promueve la fraternidad, la comunión, la unidad, es el tiempo de conectarnos en esa red que conecta con el universo entero, que gira y camina en un diálogo de pueblos diferentes pero unidos en el trabajo mancomunado en defensa de la justicia y el derecho de los pueblos, del respeto de las culturas y de sus tierras con la fuerza que avanza y camina resistiendo al mal y defendiendo el bien sin banderas ni ideologías que enfrenten o dividan, una red de la pluriculturalidad e interculturalidad.
Aprendiendo una sabiduría escondida en la selva amazónica desde siglos y que se revela a los de un corazón humilde y sencillo, revelada en una misión que trae la paz del mensajero que viene por los montes llevando la buena noticia.
Una sabiduría que solo se aprende en el tiempo compartido, con la presencia amorosa del servir al que mas lo necesita, compartiendo desde el corazón, recorriendo juntos el camino.
El Sínodo nos centra en el rostro amazónico de un pueblo y una Iglesia con rostro amazónico e indígena. El Sínodo nos lleva a soñar juntos, a caminar juntos y construir juntos, a escucharnos con respeto, con espíritu misionero buscando y viviendo el Reino de Dios con los valores permanentes.
El rostro es expresión de lo que el corazón siente y ama. El rostro de una Iglesia es manifestación de lo que cree y de lo que conoce. A través del rostro de los pueblos de sus costumbres y sus actitudes, conocemos lo que los pueblos piensan, lo que los pueblos sienten, el rostro es manifestación que se exterioriza en la celebración espiritual y comunitaria de un pueblo.
Una Iglesia con rostro amazónico exige saber descubrir la riqueza de la vida autóctona, de sus raíces y cosmovisión, descubrir su pensamiento ante la vida de la naturaleza en la tierra con su fauna y su flora, en el agua, el aire y el fuego. También exige un trabajo grande de inculturación y diálogo, de relación entre pueblos y culturas, descubrir el significado de los signos con su interpretación profunda y espiritual de la creación, a través de la cual Dios se manifiesta y se comunica con las criaturas, el respeto y valoración de los hombres y mujeres indígenas, capaces de asumir un compromiso de entregar su vida a Dios sirviendo a sus hermanos, consagrar su vida a Dios y vivir los valores del Reino.
Una Iglesia con rostro amazónico indígena exige abrazar una Iglesia universal y sin fronteras la que Cristo quiso para sus discípulos con espíritu misionero ad gentes, que arde con pasión en el corazón, para amar a todos los pueblos diferentes y con diversas lenguas y manifestaciones con una visión trascendente, iguales en su origen que convergen en un Dios creador y justo, poderoso y dador de todo bien, distintos en su manifestación, Jesucristo la palabra enviada para salvar al mundo, palabra que debe ser escuchada, conocida y vivida.