La Iglesia de América Latina post conciliar, sigue siendo un continente de la esperanza y alegría para la iglesia Universal y para la sociedad Latinoamericana.
Mas si nos preguntamos ¿Dónde está la raíz de ser continente de la esperanza y la alegría? Sin duda que tenemos que afirmar, que ha sido la acción misionera de tantos miles de misioneros y misioneras que llegaron a estas tierras para sembrar el evangelio y compartir su fe.
Los frutos de ese trabajo incansable que iniciaron los primeros misioneros españoles de las órdenes religiosas en los albores de aquella historia de la evangelización en América y a través de los siglos, no se apagó la llama de la fe, sino que las huellas del camino abierto de la evangelización, fueron seguidas por miles de heroicos sacerdotes diocesanos como los de la de la OCSHA o el IEME, enviados desde las distintas diócesis españolas dejando en los surcos de estas tierras, sudor y lágrimas , ilusiones y esperanzas, que crearon comunidades vivas y firmes en la fe.
Misioneros cuyas cabezas de muchos lucen hoy la blancura de sus canas con alegría de poder decir con orgullo soy misionero en América, donde se han desgastado como cera blanda a través de los años, siendo luz en el sendero, desgranando amor y alzando en su mano la bandera de la paz de ese Reino que Cristo les llamó a construir, con su vida y su palabra.
Hay que quitarse el sombrero para felicitar y admirar a estos misioneros que en esta tierra envejecieron a lo largo de décadas, algunos más de medio siglo siendo presencia de Dios y su evangelio, palabras de aliento y compañía de los hermanos más pobres y necesitados.
Pero el premio mejor que ellos quieren de nosotros, no es que les admiremos, sino como el apóstol misionero Pablo, que les imitemos, la Misión de Jesús sigue, y quiere necesitar de nosotros para cumplirla. Es consolador saber que al otro lado del mar contamos no solo con el recuerdo de aquellos cristianos amigos o paisanos en cuya iglesia de su pueblo recibimos el bautismo sino también la oración y ayuda solidaria que hace posible que nuestra misión continua, para que la fe que nos une no se pierda en la avalancha de una sociedad materialista y consumista, sino sea una fe compartida y solidaria.
Siempre decimos que el misionero no es un emigrante más ni un turista ni un aventurero más, es un enviado por la Iglesia a una misión de vanguardia, que ha sido capaz de salir de su casa, dejar su patria y lanzarse a la aventura de Jesús atravesando muchos kilómetros para dar la alegría a los tristes, esperanza a los caídos y la mayor riqueza, la libertad de los hijos de Dios y su evangelio. Como nos recordarán los documentos de Aparecida, para hacer discípulos misioneros de Jesús, para que todos los pueblos tengan vida en abundancia.
Rafael Cob Garcia, Obispo del Vicariato Apostólico de Puyo en la Amazonía Ecuatoriana